lunes, 30 de septiembre de 2013

Luna de miel

Su luna de miel fue un largo escalofrío.Si bien guardaba recuerdos vagos en los que parecía ser feliz, ahora esos momentos le resultaban lejanos. ocultos tras un tapiz bordado con desgracias.
Primero fue el despido. Recortes de personal entre el profesorado. Fue un duro golpe para él. Tal y como estaban las cosas en su país, encontrar empleo iba a ser una odisea. Eso dejando a un lado el hecho de que disfrutaba como un niño impartiendo clases, y lo echaría de menos.
Viéndolo de forma objetiva, no era el fin del mundo. Sí, en medio de ese momento tan especial de su vida había recibido un correo electrónico diciéndole que para el próximo curso prescindirían de sus servicios, pero con el sueldo de su esposa tendrían más que suficiente para seguir adelante hasta que la situación se estabilizara, y mientras tanto podría dedicarle tiempo a sus novelas, todas ellas a medio escribir.
De un modo u otro, el despido acabó convirtiéndose en una nimiedad. Dos días más tarde recibió una llamada a cobro revertido de un número desconocido. Rechazó la llamada una vez. Dos. Cuatro veces. Si eran los de su antiguo instituto para hablar del papeleo del despido, no quería saber nada de ellos por el momento.
Llamaron una quinta vez. Una sexta. A la séptima ocasión decidió aceptar la llamada. Le respondió una voz grave de hombre entre sollozos. Era el padre de una de sus mejores amigas. La amiga que se encargaba de ir a su casa a dar de comer a sus mascotas mientras él estaba fuera. La amiga que había volado por los aires junto con su hogar, su perro y su gato cuando en el piso de al lado se había producido un escape de gas seguido de una chispa. La amiga cuyos restos se enterrarían dentro de tres días.
El padre de su amiga insistió en que disfrutara del crucero, que intentara evadirse un poco con los paseos turísticos y los espectáculos. Cuando volviera podría darle su pésame a la familia si así lo deseaba, aunque no lo consideraban oportuno, puesto que él sufría su pérdida tanto como los demás. Un buen hombre.
A raíz de ahí, no volvió a levantar cabeza. Los días siguientes los pasó intentando sonreír, intentando no amargarle más la luna de miel a su mujer. Ella, por el contrario, supo ver a través de la máscara de su marido e hizo todo lo posible por animarle. En tan solo dos días, había perdido su trabajo, su casa, sus mascotas, y a una de las personas más importantes de su vida. Cuando su esposa no estaba, rompía a llorar, incapaz de contener su sufrimiento. Ahora que estaba tan cerca de alcanzar la felicidad, todo se había ido por la borda.
Una tarde, un día antes de que llegara el fin del crucero, visitó el lujoso bar del yate. Solo. Necesitaba desahogarse, olvidarse de todo. Necesitaba alcohol, y no quería que su mujer le viera destruirse de esa forma. Demasiadas malas noticias de golpe, y muy pocas defensas ante tan desagradables sorpresas.
Volvió a su camarote de madrugada, borracho, y por una vez no sentía las lágrimas a punto de arrojarse al vacío. Se había dejado los malos pensamientos en la barra. Ya encontrarían el camino de vuelta cuando amaneciera.
Cuando cerró a duras penas la puerta del camarote tras de sí, un sonido captó su atención. Tenía la mente embotada, así que le costó relacionarlo con la ducha. Tras unos segundos de cavilación, decidió que no era muy normal que su amada estuviera en la ducha a esas horas.
Algo en su interior le puso alerta y combatió los efectos de la bebida. La sensación siniestra de que algo malo había ocurrido se apoderó de él y dirigió sus pasos hacia el baño...

Recuerda todo esto mientras camina por la cubierta, cruzándose con personas que no saben quien es. Personas que no saben que es el pasajero que se ha quedado viudo hace apenas unas horas. No saben que es quien entró al baño y se encontró el suelo lleno de sangre, con el frágil cuerpo de la mujer con la que se había casado recientemente en medio del lago carmesí, sin fuerzas, sin vida.
Le dijeron que le acompañaban en el sentimiento, que sentían mucho su pérdida. Que sentían mucho que su mujer se hubiera resbalado en el baño y se hubiera abierto la cabeza contra el lavabo mientras él se emborrachaba. Le dijeron que si le consolaba la idea, la muerte había sido rápida. También le dijeron que no debía estar solo en un momento así, pero que entendían que quisiera unos momentos de intimidad. Momentos que aprovechó para marcharse.
Mirando el mar, apoyado en la barandilla, recuerda cuando días antes pensó que todo se había ido por la borda. Cuan equivocado estaba.
Así, apoyado, recuerda que siempre le pareció inútil aprender a nadar, y por ello no lo hizo.
Aún apoyado, piensa que es hora de lanzar el último lastre por la borda, se yergue, y salta al mar por encima de la barandilla, con el sol del amanecer asomando por el horizonte.
El agua gélida abraza su cuerpo, y camufla las lágrimas de su rostro Tapona sus oídos y calla las voces de los que han gritado cuando le han visto arrojarse.
Alguien ha saltado tras él, pretenden salvarle. Salvar su cuerpo y condenarle a la muerte en vida.
No quiere ser salvado.
Ha llegado su hora.
Vacía sus pulmones de aire, y aspira con todas sus fuerzas.

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