domingo, 18 de enero de 2015

Historia



No escribo esto por placer, sino porque estoy loco y quiero dejar constancia de ello. No os castiguéis si no comprendéis mis pesquisas, pues a menudo estarán carentes de todo sentido.

Comenzaré mi historia contando lo que nadie quiere contar, aún sin saber muy bien qué es exactamente. Y recordad, aunque cuando terminéis de leer todo esto no haya tenido ningún sentido para vosotros, que quizá después de todo tengáis razón, o quizá no.

Todo empieza con un feto, como casi todas las historias que comienzan desde cero.
Empieza con un feto porque de lo contrario tendríamos que enlazar todo esto con otra historia, que a su vez iría enlazada con otra historia, y con otra, y con otra, hasta llegar a lo que la gente quiere conocer como Singularidad, y aún así me vería obligado a seguir retrocediendo inventándome lo ocurrido.

Pues bien, ese feto se estaba gestando en el vientre de una mujer, ajeno a todo aquello que se extendiera más allá de sus fronteras palpables.

Y ya está. No necesitáis conocer más de los inicios de esta historia que trata sobre la incomprensibilidad. Puesto que, contra todo pretexto, si comprendes la historia deja de tener sentido.

El feto deja de ser feto, y el mundo deja de ser nada para ser Tierra. Así funcionan las cosas. Cuando te cansas de algo, lo cambias. Cuando algo no es suficiente, lo transformas.

Y así, la existencia es existencia y nada es lo que parece. Ni tu sombra es tu sombra ni tu vida es tu vida, y sin embargo, lo son. Y al instante eres un espermatozoide y un rato después un bebé que crece, que come, caga y duerme. Y llora, vaya que si llora, como si supiera que nada de lo que le espera tiene sentido, y sin embargo estuviera determinado a vivirlo.

Y después te enseñan, y tú aprendes, aunque no necesariamente lo que te enseñan. Y a veces aprendes cosas inútiles, o te planteas qué es realmente aprender. O quizá ni siquiera te importe nada, y no seas muy diferente a cuando eras un bebé. Pero oh, ahora puedes hablar, y eso te facilita las cosas. ¿Qué cosas? A tanto no llega tu mente, ¿pero qué importa?

Creces, intentas reproducirte, a veces con éxito, otras sin relaciones sexuales con o sin protección, y te marchitas.

Pero no adelantemos la trama. No nos saltemos el clímax que todos están esperando. El momento cúspide de esta que es mi historia y a la vez es la de todos. Ese momento que no sabes si es un momento o más bien una eternidad comprimida.

Independencia y dependencia dándose la mano en un abrazo hipócrita e incestuoso. Te marchas y añoras lo perdido pero eres demasiado orgulloso para admitirlo, así que sigues adelante y te adaptas lo mejor que puedes. Hagamos un inciso y mantengamos un minuto de silencio para los que llegados a este punto siguen siendo niños. Podemos darles por muertos porque nunca nos serán de utilidad.

Como veis la historia tiene de todo: sexo, crueldad, bebés, filosofía, y desde que he pronunciado la palabra “sexo”, un montón de imágenes candentes en tu mente. Recuerdos, para los más afortunados. Deseos, para los humanos.

Un ser humano necesita nueve meses para desarrollarse y prepararse para nacer, y unos ochenta años para preguntarse por qué ha nacido y morir sin llegar a saberlo. Ochenta años para intentar aprenderlo todo, o ignorarlo e intentar ser feliz. Incluso evita conocer el significado de la palabra felicidad, porque ello implicaría aceptar a su antónimo directo.

Aquí la historia se fragmenta como en una de esas historias con varios finales diferentes en las que puedes escoger tu camino dependiendo de la inicial de tu nombre, el día de la semana que vives, o el color de tu ropa, solo que aquí la cosa va de decidir y tener suerte. De sacrificarse para alcanzar otra forma de sacrificio que reporte beneficios. Y así, sacrificio a sacrificio, acabar sacrificado por una causa desconocida.

¿Lo notas? Es el clímax. Ese punto en el que has encontrado el sacrificio perfecto, y a veces lo compaginas con jadeos nocturnos en pos de alcanzar el placer personal o el inicio de una nueva historia, y otras veces lo compaginas con la búsqueda de esos jadeos nocturnos perseguidos en pos de alcanzar el placer personal o el inicio de una nueva historia que a su vez repetirá todas estas cosas y seguirá sin saber que la existencia no existe, y que aprenderá que los Reyes Magos son sus padres, pero probablemente nunca aprenda que los padres son un invento y hace miles de millones de años no existían.

Ese punto que te hace respirar de forma agitada sin darte cuenta mientras intentas mantener el ritmo, y notas que estás a punto de llegar: Al orgasmo, a tu nueva casa, a esa entrevista de trabajo, a esa conclusión que te cambia la vida.

Pero pasa que después del clímax suele llegar la decepción. El “¿Ya se ha acabado?” casi infinito. El ansia de más.

Y así, querido lector, es como acaba esta historia.

lunes, 30 de septiembre de 2013

Luna de miel

Su luna de miel fue un largo escalofrío.Si bien guardaba recuerdos vagos en los que parecía ser feliz, ahora esos momentos le resultaban lejanos. ocultos tras un tapiz bordado con desgracias.
Primero fue el despido. Recortes de personal entre el profesorado. Fue un duro golpe para él. Tal y como estaban las cosas en su país, encontrar empleo iba a ser una odisea. Eso dejando a un lado el hecho de que disfrutaba como un niño impartiendo clases, y lo echaría de menos.
Viéndolo de forma objetiva, no era el fin del mundo. Sí, en medio de ese momento tan especial de su vida había recibido un correo electrónico diciéndole que para el próximo curso prescindirían de sus servicios, pero con el sueldo de su esposa tendrían más que suficiente para seguir adelante hasta que la situación se estabilizara, y mientras tanto podría dedicarle tiempo a sus novelas, todas ellas a medio escribir.
De un modo u otro, el despido acabó convirtiéndose en una nimiedad. Dos días más tarde recibió una llamada a cobro revertido de un número desconocido. Rechazó la llamada una vez. Dos. Cuatro veces. Si eran los de su antiguo instituto para hablar del papeleo del despido, no quería saber nada de ellos por el momento.
Llamaron una quinta vez. Una sexta. A la séptima ocasión decidió aceptar la llamada. Le respondió una voz grave de hombre entre sollozos. Era el padre de una de sus mejores amigas. La amiga que se encargaba de ir a su casa a dar de comer a sus mascotas mientras él estaba fuera. La amiga que había volado por los aires junto con su hogar, su perro y su gato cuando en el piso de al lado se había producido un escape de gas seguido de una chispa. La amiga cuyos restos se enterrarían dentro de tres días.
El padre de su amiga insistió en que disfrutara del crucero, que intentara evadirse un poco con los paseos turísticos y los espectáculos. Cuando volviera podría darle su pésame a la familia si así lo deseaba, aunque no lo consideraban oportuno, puesto que él sufría su pérdida tanto como los demás. Un buen hombre.
A raíz de ahí, no volvió a levantar cabeza. Los días siguientes los pasó intentando sonreír, intentando no amargarle más la luna de miel a su mujer. Ella, por el contrario, supo ver a través de la máscara de su marido e hizo todo lo posible por animarle. En tan solo dos días, había perdido su trabajo, su casa, sus mascotas, y a una de las personas más importantes de su vida. Cuando su esposa no estaba, rompía a llorar, incapaz de contener su sufrimiento. Ahora que estaba tan cerca de alcanzar la felicidad, todo se había ido por la borda.
Una tarde, un día antes de que llegara el fin del crucero, visitó el lujoso bar del yate. Solo. Necesitaba desahogarse, olvidarse de todo. Necesitaba alcohol, y no quería que su mujer le viera destruirse de esa forma. Demasiadas malas noticias de golpe, y muy pocas defensas ante tan desagradables sorpresas.
Volvió a su camarote de madrugada, borracho, y por una vez no sentía las lágrimas a punto de arrojarse al vacío. Se había dejado los malos pensamientos en la barra. Ya encontrarían el camino de vuelta cuando amaneciera.
Cuando cerró a duras penas la puerta del camarote tras de sí, un sonido captó su atención. Tenía la mente embotada, así que le costó relacionarlo con la ducha. Tras unos segundos de cavilación, decidió que no era muy normal que su amada estuviera en la ducha a esas horas.
Algo en su interior le puso alerta y combatió los efectos de la bebida. La sensación siniestra de que algo malo había ocurrido se apoderó de él y dirigió sus pasos hacia el baño...

Recuerda todo esto mientras camina por la cubierta, cruzándose con personas que no saben quien es. Personas que no saben que es el pasajero que se ha quedado viudo hace apenas unas horas. No saben que es quien entró al baño y se encontró el suelo lleno de sangre, con el frágil cuerpo de la mujer con la que se había casado recientemente en medio del lago carmesí, sin fuerzas, sin vida.
Le dijeron que le acompañaban en el sentimiento, que sentían mucho su pérdida. Que sentían mucho que su mujer se hubiera resbalado en el baño y se hubiera abierto la cabeza contra el lavabo mientras él se emborrachaba. Le dijeron que si le consolaba la idea, la muerte había sido rápida. También le dijeron que no debía estar solo en un momento así, pero que entendían que quisiera unos momentos de intimidad. Momentos que aprovechó para marcharse.
Mirando el mar, apoyado en la barandilla, recuerda cuando días antes pensó que todo se había ido por la borda. Cuan equivocado estaba.
Así, apoyado, recuerda que siempre le pareció inútil aprender a nadar, y por ello no lo hizo.
Aún apoyado, piensa que es hora de lanzar el último lastre por la borda, se yergue, y salta al mar por encima de la barandilla, con el sol del amanecer asomando por el horizonte.
El agua gélida abraza su cuerpo, y camufla las lágrimas de su rostro Tapona sus oídos y calla las voces de los que han gritado cuando le han visto arrojarse.
Alguien ha saltado tras él, pretenden salvarle. Salvar su cuerpo y condenarle a la muerte en vida.
No quiere ser salvado.
Ha llegado su hora.
Vacía sus pulmones de aire, y aspira con todas sus fuerzas.

martes, 24 de septiembre de 2013

Pierde tu tiempo

Adelante, sigue el reguero de pensamientos inconexos que te planteo. Acaricia la pérdida de cordura, abrázala, disfrútala. Es una experiencia que no se vive dos veces. El pájaro al que se le rompen las alas tras su primer vuelo. La amante que muere durante el sexo.

Pregúntate qué haces leyendo esta mierda. Pregúntate por qué no la has leído antes en lugar de hacer otras mierdas. Pregúntate si el título de este texto es una orden, o una ironía. Si el título son palabras escogidas aleatoriamente o un mensaje subliminal.

Hagas lo que hagas, pregúntate cosas. Piensa.

Pregúntate si tu vida es tan triste que no puedes hacer otra cosa que no sea leerme. Pregúntate si tu vida es más alegre después de leerme.

Pregúntate por qué la Tierra no se ve roja desde el espacio, si la evolución y el progreso la tiñen de sangre. Pregúntate por qué la sangre es roja, y no negra como nuestros pensamientos. Pregúntate por qué los negros no son blancos. Pregúntate por qué los blancos no son negros.

Piensa. Mantente activo, despierto. Alerta.

Piensa por qué deberías pensar. Piensa lo que pasaría si dejaras de hacerlo. Piensa qué deben sentir los que no piensan. Piensa cómo sería tu vida sin la capacidad de razonar.

También puede intentar no pensar. Puedes condenarte y lanzarte al mar antes de que se hunda el barco. Puedes jugártelo todo a una carta. Intentar nadar cascada arriba o morir en el intento. Ser patético por voluntad propia.

Piensa si eso es lo que quieres. Piensa si esto no es más que un truco para desbaratar tu magnífico plan de autodestrucción. Piensa si realmente me importa tu mierda de vida. Piensa que sé que tu vida es una mierda porque compartimos planeta. Compartimos raza. Piensa que sé que tu vida es una mierda porque lo es.

Intenta mejorar tu existencia. Intenta no ser tú. Intenta alcanzar un objetivo que te haga creerte mejor persona. Que te haga creerte mejor que los demás. Mejor que yo. Intenta no ver la realidad.

Intenta no ver que eres un grano en el culo del mundo, y un mundo para la gente de tu alrededor.

Intenta no ver que todo lo que he dicho es cierto. Intenta no ver que todo lo que me callo también lo es.

Intenta no ver tus virtudes y tus defectos, pero sobre todo no veas tus virtudes. ¿A quién le importan? Al menos a ti no. Intenta no pensar. No preguntarte por qué la gente de tu alrededor te quiere. No pensar en cosas que no comprendes. No preguntarte cosas que te esfuerzas en no comprender. Niégate tu pedazo del paraíso. Conviértelo en tu infierno personal.

Piensa. Actúa. Aunque sea para mal.

Piensa que la gente te quiere porque no sabe como eres. No pienses que en realidad no eres como piensas, si no como piensan.

Piensa que tienes razón en todo, incluso cuando no la tienes. Incluso cuando te contradices.

Piensa que lo que ven en ti no puede ser real. Piensa que decenas de personas viven equivocadas, pero tú no. Piensa que solo tienen razón los que inventan, los que envidian. Los que no quieren ser ellos mismos. Los que quieren ser tú, y por ello intentan que tú no seas tú.

Piensa que lo que digo es verdad, o que es mentira. Piensa lo que quieras, no lo que quieran. No lo que quiero. Piensa lo que debas, no lo que quieras. Piensa.

Pregúntate si sigues perdiendo el tiempo. Pregúntate si el título se refiere al antes o al ahora. Al hoy o al mañana.

Pregúntate si esto no es más que el prólogo de una nueva etapa de mi vida. De tu vida. Pregúntate donde está a estas alturas tu cordura. Pregúntate si te importa.

Ahora también en WordPress http://deliriosdeunalmaerrante.wordpress.com/2013/09/24/pierde-tu-tiempo/

martes, 20 de agosto de 2013

Fracasado

Se levanta el telón. Sobre el escenario han montado una reproducción perfecta del salón de tu casa. Tú estás en el escenario. Si te movieras, comprobarías que el personaje también se mueve, pero no lo haces. Nunca lo haces. En su lugar, observas a tu otro yo con la mirada vacía, que te es devuelta con la misma desgana propia de los muertos en vida.

No eres nadie, y lo sabes, todo el mundo lo sabe.

El público mira al escenario y bosteza. Ya han visto a muchos como tú antes, no les aportas nada, pero no te importa. De un tiempo a esta parte te conformas con hacer lo justo para seguir respirando. Comes, cagas, ves la televisión y duermes. Un niño grande que ha aprendido a cambiarse los pañales.

El público comienza a marcharse. Son gente que conoces, pero a ti no te importa, sólo sigues con la mirada fija hacia delante. Tus amigos y tu familia abandonan uno tras otro el patio de butacas, dejándote sólo, contemplando tu propia desgracia.

Se cierra el telón, la obra ha sido un rotundo fracaso. El teatro cierra sus puertas al público, y escuchas como utilizan una cadena en la puerta para clausurarlo.

Se apagan las luces.

viernes, 2 de agosto de 2013

Un pequeño texto improvisado

Hiroku se asomó a la ventana y sonrió mientras sentía los rayos de sol acariciando su piel, un amante siempre cálido. ¿Quién iba a decir que la mentira duraría tantos siglos? El ser humano siempre se había jactado de la complejidad de su mente, pero al parecer era puro teatrillo, y todo tenía unas bases bastante simples. Hazle a un hombre creer una mentira y le estarás engañando. Hazle creer esa mentira a todo el mundo y la convertirás en verdad. Las mismas pautas a seguir de cualquier religión pueden ser utilizadas con tras finalidades. Ilusos.

Caminó desnudo hacia la cama, donde reposaba su amante, su compañera. Él estaba hambriento y preparado para la acción, imaginando las virguerías que le haría a la joven en cuanto el show comenzara. Con cuidado, se tumbó al lado de ella y comenzó a acariciar cada curva de su cuerpo suavemente, con las yemas de los dedos. Posó los labios con suavidad sobre su cuello, y acercó lentamente la mano con la que acariciaba a la zona que tantas veces le había hecho enloquecer. Un beso. Otro beso. Un gruñido y un "déjame dormir" somnoliento.Tocaba cancelar la función.

Aún sonriendo, acarició el cuello de su compañera nocturna y se marchó al lavabo a vaciar la vejiga, que de repente clamaba su atención, y a darse un afeitado rápido. Paró unos instantes frente al espejo de su armario y mostró sus afilados colmillos.

"Jé. Humanos..."

martes, 16 de julio de 2013

Etiquetas

Bravo. De verdad, bravo. Un aplauso para el caballero de la primera fila. Sí, usted, el homosexual que reniega de las etiquetas por si en algún momento de su vida se siente atraído milagrosamente por una fémina, y consigue sacarse las formas fálicas de la cabeza.

No, por favor, no dejen de aplaudir, aún nos queda la señorita sentada al lado del pasillo central, la que lleva seis meses quedando a diario con un chico, conoce a sus padres, se ha ido de vacaciones con su familia, mantiene relaciones sexuales con él, e incluso hace planes de futuro para los dos, pero no quiere admitir que son pareja por miedo a que algo salga mal.

También tenemos al buen hombre que ahora mismo está siendo iluminado por el foco, que se ha pasado los últimos minutos viendo fotos de menores desnudas en su móvil de última generación, aunque nunca lo admitirá, por supuesto. Jovencitas que necesitaban subir la nota de Sociales de un modo u otro si querían ir a la playa en verano encontraron el camino a la salvación en su despacho.

Justo a su diestra se sienta su señora esposa, una mujer que también rechaza las etiquetas. Teme encontrarse la palabra "Monstruo" escrita en la frente de su marido si las acepta, y que todo el mundo la vea. Recordemos que ante todo, lo que importa son las apariencias. El aplauso también va para ellos dos.

Usted, señorita, que decía que no le importa la sexualidad de cada uno, que todos somos simplemente personas, ¿por qué ha dejado de hablar con su amiga porque la besó? Sólo era una persona siguiendo sus impulsos.

O usted, por ejemplo, que también está en contra de las etiquetas, pero en seguida se dedica a colgar adjetivos como "Guapo", "Simpático" o "Borde" a los demás. ¿Por qué pone etiquetas a otras personas si usted las odia?

La respuesta es sencilla: rechazan las etiquetas cuando les interesa. Llámenme lo que quieran, ya me estarán colgando una etiqueta que sólo ustedes son capaces de ver. Por mucho que digan, no les veo quejarse de estar clasificados en "Hombre o mujer", ni cortarse a la hora de decir que alguien es "Alto o bajo", "Gordo o delgado". Si de verdad están en contra de las etiquetas, olvídense de su nombre y apellidos, de su horóscopo, de su fecha de nacimiento, de su árbol genealógico, de su lugar de residencia, del de procedencia. No trabajen, no estudien, no quieran convertirse en abogados o profesores, no quieran ser millonarios, eso sería colgarse una etiqueta, y está claro que las odian. Olvídense de que son padres, hijos, hermanos. Borren de su mente los recuerdos de que son seres vivos, humanos. No existan.

Afróntenlo, las etiquetas están ahí desde antes de que nazcamos. "Espermatozoide", "Óvulo", "Felicidades, van a ser padres de una preciosa niña". Y siguen ahí en todo momento mientras crecemos, de forma visible o invisible. "Cáncer", "Sida", "Minusvalía". Incluso la etiqueta que nos ponen en el depósito de cadáveres, o el nombre en nuestra lápida.

Ahora, levántense todos de sus asientos y aplaudan con todas sus fuerzas. Aplaudan hasta que les sangren las manos, hasta que la carne salga despedida en todas direcciones y acaben chocando hueso contra hueso. Aplaudan y sepan que, cada vez que lo hacen, están catalogando algo de "Aceptable" o incluso "Bueno". Aplaudan a este adicto a las etiquetas.

miércoles, 12 de junio de 2013

SIN TÍTULO (por el momento)

Hace poco he comenzado a escribir otra de mis barrabasadas y, aunque no tengo intención de hacerlo público (hay cosas que no quiero que me plagien), sí voy a subir este fragmento, para que la señorita LittleTallulah, o Selkaria, dependiendo de la red social, pueda "presumir" de aparecer mencionada en alguno de mis textos. Disfrutadlo, que la mayoría de vosotros poco más vais a ver hasta que esté acabado.


ELLA


Una llamada más. Otra pincelada al inmenso cuadro que es el patetismo humano.
          La mujer que llama ha pillado a su marido con una muchacha veinte años más joven que ella. Tras veinticinco años casados y dos hijos, ha descubierto que a su marido le encanta que le follen por el culo con un strap-on mientras le fustigan el costado.
          La mujer llora desconsolada. No llora por la infidelidad, llora por miedo a ser la última en haberse enterado. Teme que las miradas de sus vecinos vayan cargadas de significado, que cada "buenos días" signifique "tu marido te la está pegando".
          Le digo que se calme, que la menor de sus preocupaciones debería ser lo que piensen los demás, que su verdadero problema es un matrimonio fallido, seguramente por problemas comunicativos. Le digo que si su marido busca en otras personas lo que su mujer no sabe darle, debería preocuparle. Me ofrezco a darle consejos sobre como tocarle, incluso le facilito un par de direcciones donde conseguir juguetes sexuales. Me manda a la mierda y me cuelga.
          Es la tercera vez que me cuelgan en lo que va de mañana. Cuarta, si cuento la llamada que le hice a Claire. Su sentido del humor y el mío tienden a ser incompatibles. Al parecer, que tu pareja te encuentre tirada en el suelo con el cuerpo cubierto de vómito a causa de tu último intento de suicidio, mientras sujetas un cartel enorme que reza "¡Esta vez sí!" y tiene dibujada una carita sonriente, no es nada gracioso. A mí me pareció tronchante.
          Iris, una compañera de trabajo, me hace gestos desde lejos. Coloca la mano a la altura de la sien como si estuviera sujetando una pistola, y aprieta el gatillo invisible del arma con el índice. Eso significa suicida al teléfono. Le digo que me pase la llamada. A ella le agobia hablar con personas así, y le debo muchos favores.
          El suicida me cuenta su caso. Si sabes interpretar sus silencios y los cambios en su tono de voz, ni siquiera tienes que escuchar la historia. Aderezas alguna pausa corta con un "ahá". Si solloza, un "tienes que ser fuerte" alimenta cinco minutos más de monólogo. Cuando titubea, la palabra mágica es "ánimo". Al menos, estas son las cosas que debes decir si pretendes ayudarles. En su lugar, le digo que imagine un mundo al revés. Un humano cagando en la calle, y un perro recogiendo el regalo mientras su molesta mascota intenta montar a una rubia con las tetas enormes. Humanos corriendo en el interior de una rueda buscando un final que jamás llegará, siendo observados por ratones, que señalan y ríen desde fuera de la jaula.
          A cambio obtengo una pausa larga. Normalmente eso es peligroso, puede significar que el suicidio es inminente. Esta vez la frase correcta sería “¿Sigue ahí? Por favor, no me deje”. Yo no digo eso, yo le digo que ese mundo al revés es más realista de lo que parece. Somos los perros y ratones de los de arriba. Vayamos donde vayamos, estamos enjaulados y con una correa al cuello. No hacemos más que dar vueltas en círculo, buscando una salida.
          El suicida da señales de vida, solamente para decir que no lo entiende. Le contesto que no importa y le ofrezco opciones para su situación. Una burbuja de aire en sus venas o gasearse dentro de un coche pueden ser buenos métodos. Las pastillas nunca suelen ser efectivas si no sabes elegir. Nadie es tan valiente como para meter la cabeza bajo el agua hasta ahogarse, sin embargo, el clásico ahorcamiento funciona a la perfección.
          El suicida dice que soy un monstruo, yo le respondo que si se corta las venas, lo haga en vertical, no en horizontal. Que si tiene un arma de fuego, todo es mucho más sencillo. El clásico “bip” me indica que ha colgado.
          Coloco el auricular en su lugar, satisfecha. La gente llama a nuestra línea buscando una solución a sus problemas, y yo les ayudo como puedo. No puedo arreglar un matrimonio fracasado. No puedo devolver un empleo perdido. Tampoco tengo el poder de curar una enfermedad terminal. Si buscan piedad, han llamado al sitio equivocado.