No escribo esto por placer, sino porque estoy loco y quiero
dejar constancia de ello. No os castiguéis si no comprendéis mis pesquisas,
pues a menudo estarán carentes de todo sentido.
Comenzaré mi historia contando lo que nadie quiere contar,
aún sin saber muy bien qué es exactamente. Y recordad, aunque cuando terminéis
de leer todo esto no haya tenido ningún sentido para vosotros, que quizá
después de todo tengáis razón, o quizá no.
Todo empieza con un feto, como casi todas las historias que
comienzan desde cero.
Empieza con un feto porque de lo contrario tendríamos que
enlazar todo esto con otra historia, que a su vez iría enlazada con otra
historia, y con otra, y con otra, hasta llegar a lo que la gente quiere conocer
como Singularidad, y aún así me vería obligado a seguir retrocediendo
inventándome lo ocurrido.
Pues bien, ese feto se estaba gestando en el vientre de una
mujer, ajeno a todo aquello que se extendiera más allá de sus fronteras
palpables.
Y ya está. No necesitáis conocer más de los inicios de esta
historia que trata sobre la incomprensibilidad. Puesto que, contra todo
pretexto, si comprendes la historia deja de tener sentido.
El feto deja de ser feto, y el mundo deja de ser nada para
ser Tierra. Así funcionan las cosas. Cuando te cansas de algo, lo cambias.
Cuando algo no es suficiente, lo transformas.
Y así, la existencia es existencia y nada es lo que parece.
Ni tu sombra es tu sombra ni tu vida es tu vida, y sin embargo, lo son. Y al
instante eres un espermatozoide y un rato después un bebé que crece, que come,
caga y duerme. Y llora, vaya que si llora, como si supiera que nada de lo que
le espera tiene sentido, y sin embargo estuviera determinado a vivirlo.
Y después te enseñan, y tú aprendes, aunque no
necesariamente lo que te enseñan. Y a veces aprendes cosas inútiles, o te
planteas qué es realmente aprender. O quizá ni siquiera te importe nada, y no
seas muy diferente a cuando eras un bebé. Pero oh, ahora puedes hablar, y eso
te facilita las cosas. ¿Qué cosas? A tanto no llega tu mente, ¿pero qué
importa?
Creces, intentas reproducirte, a veces con éxito, otras sin
relaciones sexuales con o sin protección, y te marchitas.
Pero no adelantemos la trama. No nos saltemos el clímax que
todos están esperando. El momento cúspide de esta que es mi historia y a la vez
es la de todos. Ese momento que no sabes si es un momento o más bien una
eternidad comprimida.
Independencia y dependencia dándose la mano en un abrazo
hipócrita e incestuoso. Te marchas y añoras lo perdido pero eres demasiado
orgulloso para admitirlo, así que sigues adelante y te adaptas lo mejor que
puedes. Hagamos un inciso y mantengamos un minuto de silencio para los que
llegados a este punto siguen siendo niños. Podemos darles por muertos porque
nunca nos serán de utilidad.
Como veis la historia tiene de todo: sexo, crueldad, bebés,
filosofía, y desde que he pronunciado la palabra “sexo”, un montón de imágenes
candentes en tu mente. Recuerdos, para los más afortunados. Deseos, para los
humanos.
Un ser humano necesita nueve meses para desarrollarse y
prepararse para nacer, y unos ochenta años para preguntarse por qué ha nacido y
morir sin llegar a saberlo. Ochenta años para intentar aprenderlo todo, o
ignorarlo e intentar ser feliz. Incluso evita conocer el significado de la
palabra felicidad, porque ello implicaría aceptar a su antónimo directo.
Aquí la historia se fragmenta como en una de esas historias
con varios finales diferentes en las que puedes escoger tu camino dependiendo
de la inicial de tu nombre, el día de la semana que vives, o el color de tu
ropa, solo que aquí la cosa va de decidir y tener suerte. De sacrificarse para
alcanzar otra forma de sacrificio que reporte beneficios. Y así, sacrificio a
sacrificio, acabar sacrificado por una causa desconocida.
¿Lo notas? Es el clímax. Ese punto en el que has encontrado
el sacrificio perfecto, y a veces lo compaginas con jadeos nocturnos en pos de
alcanzar el placer personal o el inicio de una nueva historia, y otras veces lo
compaginas con la búsqueda de esos jadeos nocturnos perseguidos en pos de
alcanzar el placer personal o el inicio de una nueva historia que a su vez
repetirá todas estas cosas y seguirá sin saber que la existencia no existe, y
que aprenderá que los Reyes Magos son sus padres, pero probablemente nunca
aprenda que los padres son un invento y hace miles de millones de años no
existían.
Ese punto que te hace respirar de forma agitada sin darte
cuenta mientras intentas mantener el ritmo, y notas que estás a punto de
llegar: Al orgasmo, a tu nueva casa, a esa entrevista de trabajo, a esa
conclusión que te cambia la vida.
Pero pasa que después del clímax suele llegar la decepción.
El “¿Ya se ha acabado?” casi infinito. El ansia de más.
Y así, querido lector, es como acaba esta historia.